miércoles, 29 de diciembre de 2010

PESADILLAS Y ALUCINACIONES

Lo que sigue es una historia real.

Me pasó hace casi once meses, y en su momento me dejó tan marcado, que ese mismo día, 5 de febrero de 2010, lo puse por escrito.

En medio del relato hay un segmento que habla sobre el surgimiento del género del Metal en Medellín, Colombia, que aunque parezca que nada tiene que ver con la historia principal, sí es muy importante para entender lo que pasó, además de ser interesante por sí mismo.

En honor a la verdad, no quiero que me vuelva a pasar. :|




PESADILLAS Y ALUCINACIONES



1

Anoche tuve una de las pesadillas más aterradoras de mi vida, de las que sólo he tenido otras tres o cuatro en mis veintiocho años. No de esas en que te despiden del trabajo para luego descubrir que tu novia te terminó; tampoco de esas en que estás haciendo una exposición frente al salón de clase y descubres que estás desnudo. No, no se trata de ese tipo de pesadillas o malos sueños. Hablo de PESADILLAS, así en mayúsculas. De esas en que sientes la presencia de algo demoniaco, el acecho de una entidad malévola que trata de apoderarse de ti, hasta el punto de hacerte perder la razón… o incluso tu alma. Siluetas fantasmagóricas vislumbradas en la oscuridad de tu propia habitación, que te hacen sentir la vulnerabilidad del ser humano frente a los seres de otro mundo, esos que nunca vemos pero que están ahí, observando, esperando, penando, atormentados por haber quedado en un limbo eterno entre los dos mundos. Hablo de este tipo de pesadillas.


2

Anoche me fui a la cama temprano, alrededor de las nueve y cuarenta minutos de la noche. Como todas las noches me acosté escuchando música en el equipo de sonido que permanece al pie de mi cama. Este se halla conectado a mi reproductor de DVD, pues hace poco salvé toda la música que tenía en el trabajo en 13 discos de DVD, y fue precisamente uno de estos, a los que le caben aproximadamente 600 o 700 canciones, el que se hallaba aún sonando cuando desperté de nuevo a eso de las 12:30 de la madrugada. Hacía un calor agobiante, algo nada raro por estos días, y después de permanecer despierto unos quince minutos, decidí poner un documental que me entregaron hace poco. Ya lo había escuchado una vez, pero es una historia que me interesa tanto que la reproduje de nuevo, mientras intentaba conciliar otra vez el sueño.


3

El documental en mención habla de surgimiento del movimiento del Metal en la ciudad de Medellín a mediados de los años ochenta. Este movimiento es unos de los más representativos y míticos de Latinoamérica e incluso del mundo. Bandas que empezaron desde cero, con guitarras “hechizas” y baterías ensambladas de forma precaria, gracias a los pocos recursos que se tenían en una época en que reinaba la pobreza y la incertidumbre. Bandas que a fuerza de ganas de salir adelante terminaron convirtiéndose en leyenda y luego en mito.

De aquella época las bandas más relevantes fueron Parabellum y Reencarnación, que gracias al trabajo de Mauricio Montoya, alias “Bull Metal”, por darse a conocer mundialmente, llegaron a ser escuchadas en el círculo del underground mundial. Era un sonido duro y extremo que dio en llamarse Ultra Metal o Metal Medallo. Este sonido, nacido en la ciudad de Medellín, llegó a ser una de las influencias más grandes de lo que más tarde se llamó Black Metal, la tendencia más extrema y oscura del metal, que tuvo su foco más importante en el país noruego, donde bandas legendarias como Mayhem, Inmortal y Dark Throne, llevaron su ideología más allá de las fronteras de la música. Es así como se crea en Noruega el llamado Inner Circle o Círculo Interno, en el que las bandas mencionadas, entre otras, crean una especie de sociedad secreta marcada por la adoración a Satanás y el odio hacia el orden establecido, en especial hacia todo tipo de institución religiosa. Las surgentes bandas de Black Metal debían probar la autenticidad de su ideología para ser aceptadas en el Círculo.

En este marco, la internacionalización del Metal Medallo había evolucionado considerablemente. El intercambio de música entre bandas de Medellín y de toda Europa estaba a la orden del día. De esta manera, y para sorpresa de todo el mundo hasta el día de hoy, bandas míticas como los blackeros Mayhem, e incluso los conocidos Kreator, empezaron a mencionar a las bandas Parabellum y Reencarnación como una de sus más importantes influencias. El Ultra Metal, nacido en Medellín, empezó a llamarse entonces a nivel mundial Black Metal.

Mientras tanto, iniciada ya la década de los noventa, en Noruega las cosas empezaban a ponerse “pesadas”. Las bandas de Black Metal pertenecientes al Círculo, iniciaron un ataque directo a la religión con la quema de iglesias, algunas de las cuales databan de la Edad Media. En el lapso de una par de años se quemaron alrededor de 25 iglesias en el país nórdico.

Esa actitud extrema empezó a verse reflejada en la ciudad cuna del Black Metal, Medellín. Los movimientos metaleros empezaron a sectorizarse. Sorprendentemente, en esa época muy pocos metaleros escuchaban Heavy Metal, e incluso Thrash Metal. Es así como la escena se dividió entre los que escuchaban Black Metal y los que preferían el Death Metal, un género casi igual de extremo, pero marcado ya no por la influencia satánica sino por la muerte y la violencia. Es entonces cuando se empieza a hablar de un “Noruega chiquito”.

Por supuesto, tarde o temprano, el crimen y la violencia es castigado, y el Círculo noruego se rompe. Muchos son detenidos, otros asesinados y el líder más visible, el vocalista de la banda Mayhem, se suicida con un disparo de rifle en la cabeza. A lo mejor esto se ve reflejado en Medellín, donde las bandas empiezan a madurar más y los intereses vuelven a estar más enmarcados en la música que en cualquier otra cosa.

En este punto, como una especie de epílogo, el documental termina exaltando la labor de las bandas que han trascendido en el tiempo y son ahora un ejemplo a seguir, no sólo por las agrupaciones nacionales, sino también internacionales.


4

El documental terminó aproximadamente a la 1:45 de la madrugada, sobreviniendo un silencio que a esa altura de la noche era de agradecer. Era hora de dormir de una vez por todas, pero quizá el calor o la mente exaltada me provocaron un insomnio que se extendió hasta casi las tres de la mañana.

Fue entonces cuando el equipo de sonido comenzó a sonar de nuevo. Las voces de los protagonistas que vivieron de primera mano la historia volvieron a llenar mi habitación. El sonido de las grabaciones musicales de aquella época servía de trasfondo no sólo al documental, sino también a ese estado febril en que me encontraba, a lo mejor producto del intenso calor. Las voces parecían superponerse unas sobre otras mientras yo me devanaba los sesos intentando explicarme en qué momento y por qué demonios el equipo de sonido había empezado a funcionar de nuevo. Las pequeñas luces del aparato refulgían con un brillo enfermizo que bañaba mi habitación. Intenté detener el equipo, las luces se apagaron, pero las voces seguían con su letanía psicodélica. Era ya un galimatías en el que no entendía una palabra.

En ese momento reparé en que mi cama, de alguna manera, se había movido. Había hecho un giro de noventa grados, por lo que la cabecera se hallaba recostada contra otra pared que me ponía justo al frente de la puerta abierta de mi habitación. Esta daba al pasillo, donde había un extraño resplandor que lo iluminaba. Sufro de miopía, o sea que no enfoco bien de lejos, así que fue grande mi sorpresa cuando descubrí que podía ver perfectamente cada detalle de las paredes del pasillo. Y más grande aún cuando vi que había unos cuadros antiguos colgados en las paredes. Observando con atención me di cuenta de que en ellos había unas viejas fotografías de mis abuelos, fallecidos hace veinte y treinta años respectivamente. Con cada parpadeo las fotos cambiaban. Ahora veía personas que no conocía. Eran instantáneas en blanco y negro, amarillentas por el paso del tiempo. Quizá eran mis bisabuelos…

Entonces noté que mi habitación se había quedado en silencio. Las extrañas letanías se habían acallado. Miré de nuevo hacia el pasillo. Todo estaba a oscuras. Incorporado como estaba en la cama, me recosté contra la pared y en ese instante empezó lo peor. Sentía una extraña energía, una presencia maligna en la habitación que parecía estar a la acecho. Un sudor frío me corría por el cuerpo y un temblor incontenible comenzó a apoderarse de mí. Un terror latente que emanaba de toda la habitación me oprimía el pecho. Mi cabeza daba vueltas. Todo mi cuerpo tenía la carne de gallina y los vellos se me erizaban hasta un punto insoportable. Sentía que un ser malévolo quería apoderarse de mi alma. Y lo peor es que todo estaba sucediendo en mi propio cuarto, donde hasta hace apenas un rato me encontraba sudando a mares y mirando el techo.

Fue en ese momento cuando se me ocurrió lo más sensato. Estiré la mano por sobre mi cabeza y accioné el interruptor de la luz. No prendió. Seguí sumido en la agobiante oscuridad con el corazón latiéndome salvajemente y un terror que se iba volviendo cada vez más insoportable. Accionaba el interruptor aterrorizado, pero nada pasaba. Seguía a oscuras.

Entonces mi madre, que dormía al otro lado del pasillo, acudió a mi habitación y me preguntó:

—¿Qué te pasa? ¿Por qué prendes y apagas la luz una y otra vez?

Eso me hizo notar que a pesar de la intensa oscuridad podía vislumbrarla. Era como si un velo negro me tapara los ojos y lograra  ver a través de esta la silueta de mi madre. Eso me asustó aún más. Por un momento pensé que estaba ciego. Mi madre tocó mi hombro y algo en mi expresión, en mi semblante, hizo que huyera del cuarto, tal vez en busca de ayuda. Entonces la escasísima luminosidad que veía a través del oscuro velo se extinguió. Todo era silencio y oscuridad, y un horror que rápidamente volvía a apoderarse de mí. Era agobiante.

Y aquí viene lo más extraño: pasado un momento, cuando sentía que mi mente no resistiría más el terror que la embargaba, cuando sentía cómo esa presencia maligna me rodeaba con más fuerza que nunca, un pensamiento cruzó por mi cabeza como una estrella fugaz. Acudí a alguien a quien tengo un poco olvidado desde hace mucho tiempo: Dios.

Empecé a rezar. “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre, venga a nosotros tu reino…”. No pude terminar siquiera la primera mitad de la oración. Fue asombroso. No de repente, sino lenta y gradualmente, la pesadilla se fue desvaneciendo. Fui despertando. Pero para mi sorpresa, en medio de la oscuridad, parecía haber un tono rojizo en la habitación, como una especie de negrura carmesí. Tenía la parte derecha de la cara como entumecida, a pesar de que acaba de despertar recostado en la almohada sobre el lado izquierdo. Me incorporé mirando cómo esa extraña tonalidad se iba esfumando de mi cuarto, junto con lo peor del terror que poblara mi pesadilla.


5

Permanecí despierto casi media hora, algo nervioso, con una expresión de perplejidad por las sensaciones que había vivido en esa lúcida alucinación. Miraba a mi alrededor esperando que el terror volviera a abrirse paso a través de la tenue membrana de la realidad. Y así, me fui quedando dormido de nuevo. Esta vez no hubo pesadillas.

Ahora, mientras termino de escribir estas líneas, la pesadilla se ha desvanecido… pero el terror sigue latente.




Publicado originalmente en Ka Tet Corp. por Calavera en Febrero de 2010.

domingo, 26 de diciembre de 2010

NUEVO AMANECER

Tengo la intención de ir publicando poco a poco mis relatos en el blog (con una revisión si es necesario, como sucedió con LA LIBRERÍA), así que aquí vamos con el segundo.  :)

El presente relato fue escrito en Febrero de 2010 como parte del I Concurso Temático Ka Tet Corp. de Relatos Breves (Zombies).

No ganó..., ¡pero espero que lo disfruten! ;)



NUEVO AMANECER



1

Del Washington Post
24 de Marzo de 2010
Washington D.C.

El gobierno del presidente Barack Obama sigue negando las acusaciones del gobierno francés y de su presidente Nicolás Sarkozy, según las cuales aviones de la fuerza aérea estadounidense se encuentran realizando operaciones militares ilegales fuera de sus fronteras. Según Sarkozy, aviones estadounidenses han sido registrados por los radares en regiones tan distantes como Sudáfrica, Siberia, Patagonia, Toronto, Taiwán, Oslo, entre otras. No obstante, hasta el momento no existen pruebas fehacientes que respalden firmemente su posición. Un portavoz de la Casa Blanca ha dicho…


En realidad todo comenzó en 2007, cuando George W. Bush aún comandaba las decisiones de la gran potencia americana. Se inició en secreto, y cuando a la Casa Blanca llegó el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, todo permaneció en secreto, incluso para él.
Todo surgió de una simple idea, concebida en una lluviosa noche de noviembre poblada de licor y humo de tabaco, entre cuatro amigos reunidos luego de cinco largos años. Mike O´Connor y Paul Roberts eran miembros activos de la CIA, Steve Andrews pertenecía al Programa de Seguridad Espacial de la NASA, y John Curtiss era un capitán retirado de la USAF. Este último era hijo del legendario General Curtiss, que en los años setenta había llevado a cabo la arriesgada Operación Caballo de Troya.
Se habían conocido en extrañas circunstancias bajo el gobierno de Bill Clinton, y habían trabado una amistad que incluso a ellos mismos aún les sorprendía. La reunión fue idea de Mike y Paul, que trabajaban en el mismo departamento de contraespionaje de la CIA. Luego de dos meses y unas cuantas llamadas, los cuatro se reunieron en un bar en Long Island donde ponían viejos éxitos de B.B. King y Chuck Berry.
La conversación discurría por los derroteros más dispares.
Eran casi las once de la noche, cuando John, algo pasado de copas a esa altura, dijo:
—Tengo una maravillosa idea para dominar el mundo.
Los otros tres se quedaron mirándole con una expresión perpleja bastante cómica, para irrumpir luego en una sonora carcajada. John rió con ellos, pero pasado un momento, y con un semblante que denotaba una absoluta seriedad, les aseguró:
—Hablo en serio.
A continuación, les delineó un descabellado proyecto para suministrar, por medio del aire y el agua, una sustancia capaz a largo plazo de volver a la población maleable y predispuesta a acatar sin reparos las decisiones de los altos mandos gubernamentales. Para eso, dijo, necesitaba la tecnología y la ayuda conjunta de las tres instituciones que ellos, en mayor o menor medida, representaban. Es decir, la CIA, la NASA y la USAF.
Los cuatro se pusieron de acuerdo.
Inicialmente como un reto personal, y después como un objetivo concreto, dieron los primeros pasos para bosquejar lo que más tarde se llamaría Operación Telaraña. En el más absoluto secreto, personalidades de mayor rango le dieron el visto bueno a la idea, y muy pronto nuevos miembros se unieron a la extraña y ambiciosa causa.

Dos años después, a lo largo de las regiones más distantes del globo, cientos de aviones equipados con sistemas antirradar y tanques especialmente acoplados esparcían un polvo grisáceo e inodoro a casi cincuenta mil pies de altitud. Lo hacían meticulosamente, peinando poco a poco todas y cada una de las regiones del planeta. Cada dos o tres días, los aviones hacían el mismo recorrido, esquivando astutamente los sistemas de radar, que sólo vislumbraban a ratos un extraño y borroso objeto, para luego mostrar un barrido limpio en las verdes pantallas.
La Operación se extendió por siete meses, al cabo de los cuales el Comando General de la Operación tomó la decisión de esperar resultados. Se suponía que no iban a haber cambios anormalmente visibles. Sólo cuando el gobierno empezara a tomar ciertas determinaciones, debían notarse los efectos en una sumisa actitud de la población.
Pero luego de seis meses ningún cambio notable ocurrió y la Operación Telaraña entró en una etapa de espera. Ninguno de ellos alcanzó a imaginar lo que ocurriría más tarde. Lo que los escasos sobrevivientes llamarían simplemente “El Virus”.


2

Del Le Monde
16 de Enero de 2011
Paris

Marcell Ciotti, embajador de Francia en los Estados Unidos, fue asesinado anoche  por desconocidos cuando se dirigía a su residencia en las cercanías de Georgetown, en Washington. Hasta el momento se desconocen los móviles del crimen, que ha embargado al pueblo francés en un profundo sentimiento de pena y repudio por tan vil acto. Ciotti, que solicitara el pasado jueves ante la ONU la formación de una comisión internacional que investigue a fondo los pasados avistamientos de aviones estadounidenses realizando operaciones desconocidas en el extranjero, había anunciado una rueda de prensa en la que se…


Pasados tres años, estaba claro que la Operación Telaraña había sido un completo fracaso, o por lo menos eso pensaba Curtiss y sus hombres, que aún buscaban la forma de justificar un gasto de miles de millones de dólares.
Pero no todo había sido en vano.

El caos se inició exactamente el 29 de octubre de 2013 en una pequeña y apartada población de Malanje, en Angola. A eso de las tres de la tarde, en una aldea de agricultores, dio comienzo la fase uno del Virus. Los pobladores se encontraban celebrando un consejo comunitario en la pequeña parroquia cuando un súbito silencio se extendió a lo largo de todos los presentes. Segundos después la totalidad de aldeanos comenzaron a convulsionar frenéticamente, segregando una espesa materia grisácea por la boca y los orificios nasales.
Tres minutos más tarde estaban muertos.
Situaciones similares se fueron sucediendo en todo el país. Luego en todo el continente, y después, como era de esperarse, en todas partes. En menos de veinticuatro horas el mundo entero se sumió en una oscuridad que ni el profeta más soñador se hubiera atrevido a pronosticar.
Las principales ciudades del mundo fueron presas rápidamente de la más absoluta devastación, conforme el Virus hacía su aparición puntual a lo ancho del globo. Cuerpos rígidos en extrañas posturas, llenos de una sustancia gris ya seca, inundaban plazas, colegios, parques, calles, subterráneos y edificios de apartamentos, en una escena apocalíptica.

Pero no todos habían muerto.
Un pequeñísimo porcentaje de la población mundial resultó ser inmune al mal que se esparcía por todas partes como una plaga del demonio. Fueron testigos impotentes de la visión de pesadilla en que se estaba convirtiendo lo que hasta hace unos instantes era un día rutinario como cualquier otro. El más puro terror terminó acabando con algunos de ellos, pero el resto se convirtió en el último vestigio de la raza humana recién extinta.
Pero a decir verdad, la pesadilla apenas comenzaba.


3

Del Türkiye
29 de Junio de 2011
Estambul

El Primer Ministro, Recep Erdogan, ha vuelto en el día de ayer de la audiencia extraordinaria celebrada en la Casa Blanca con el presidente de Estados Unidos Barack Obama, con motivo de su nombramiento como cabeza de la Comisión que investigará la procedencia y verosimilitud de las constantes acusaciones de entes internacionales relacionadas con la invasión de aviones de la USAF en territorio extranjero. Erdogan ha anunciado que acepta su nombramiento y que hará lo que esté a su alcance para verter claridad en este asunto. Obama, por su parte, insiste en que las acusaciones carecen de fundamento y que no opondrá ninguna clase de obstáculos en las investigaciones…


Andrés Domínguez fue uno de los pocos sobrevivientes en la ciudad de Barcelona, y muy a su pesar fue testigo de lo peor de la pesadilla.
Como si de una infernal y apocalíptica parodia de la resurrección se tratase, al atardecer del tercer día, cuando caminaba sin rumbo en busca de comida y un lugar para pasar la noche que no apestara tanto como los anteriores, vio un ligero movimiento en uno de los montones de cadáveres que poblaban las inmediaciones del Parque Güell. Al principio pensó que la creciente oscuridad le jugaba una mala pasada, pero poco a poco los movimientos se multiplicaron. Algunos de los muertos comenzaron a incorporarse, todavía petrificados en las extrañas posturas en que habían muerto. Curiosamente era primero de noviembre, Día de Todos los Santos.
Andrés corrió en busca de un escondite.
La fase dos había comenzado.

Como una contraria repetición del ataque del Virus, millones de cuerpos en todo el mundo se despertaron. Parecía una escena bíblica a gran escala de la resurrección de los muertos. Y así como una pequeña parte de la población había sido inmune a la epidemia, también fue sólo una parte de los muertos los que se reanimaron repentinamente.
Andrés, desde su punto estratégico, se dio cuenta de inmediato de que estos “seres” estaban muy lejos de ser como los zombies o muertos vivientes que solía ver con su hermano en las funciones del viernes en la noche. No eran tan lentos como en las películas, y una vez se incorporaron estiraron sonoramente sus tiesas y frías extremidades hasta volver a su posición normal. Tenían un extraño brillo en sus ojos, que para Andrés denotaba cierto grado de inteligencia. Unos diez minutos después, un pequeño grupo se había reunido en torno a un viejo olmo y, para su horror, parecieron mover los labios lánguidamente. A continuación, se dirigieron a un automóvil cercano, abrieron las portezuelas y sacaron a sus antiguos ocupantes. Los examinaron. Y luego se los comieron con avidez.
Andrés permaneció escondido hasta el día siguiente.


4

De La Nación
2 de Diciembre de 2011
Buenos Aires

Un avión de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos) se estrelló anoche en la región de la Patagonia, más específicamente en la península de Valdés. Fuentes oficiales han informado que el artefacto poseía un inmenso tanque acoplado, ahora roto, lleno de un polvo de tonalidad gris que hasta el momento no se ha podido identificar, y parte del cual estuvo esparciéndose sin control por la región durante casi dos horas. Luis Alberto Pozzi, Jefe del Ejército Argentino, anunció que llevará el caso ante la Corte Penal Internacional. El gobierno estadounidense aún no se ha pronunciado al respecto…


Todo parecía indicar que rehuían la luz del sol. Lo descubrieron muy pronto y actuaron en concordancia. Antes del alba, una muchedumbre de unos doscientos se reunía en el ahora abandonado Centro de Convenciones y permanecían encerrados hasta el anochecer.
Luego de tres meses de trabajo planificado, Lauren Vélez, líder del grupo Nuevo Amanecer con apenas diecisiete años, tomó la decisión de actuar. Lo harían el domingo.
Conseguir los explosivos había sido más fácil de lo esperado. Tras varios intentos fallidos, encontraron un arsenal completo e intacto en el Batallón de Infantería Nº 4, ubicado al oriente de la ciudad. Los fueron transportando lenta y metódicamente a su centro de operaciones y de allí, por partes, habían ido enterrando una inmensa cantidad por todo el perímetro del Centro de Convenciones.
La devastadora explosión sería digna de verse.

—Cuéntame otra vez lo de tu padre —pidió Rubén con aire ensoñador.
—Te lo he contado por lo menos diez veces —le espetó Lauren con desgana—. Además, la historia no es nada del otro mundo. Simplemente desapareció de la sala de estar de mi casa hace siete años, sin dejar rastro.
—Pero el resplandor…
—¡Al diablo con el resplandor! Me recuerdas a mi madre, que siempre insistió en que ello tenía algo que ver.
—Pero tú dices que luego del destello tu padre nunca volvió…
—Pues sí. Pero yo creo que sólo huyó de su obligación, y conociendo como es… como era mi madre, no lo culpo —concluyó Lauren pensativa.
—¿El domingo, entonces? —preguntó Rubén, cambiando de tema.
—Sí, el domingo. No podemos postergarlo más tiempo. Es hora de empezar a acabar con ellos —contestó ella con una extraña sonrisa.


5

         Del Portland Herald
27 de Enero de 2012
Portland

John Curtiss, capitán retirado de la USAF, fue arrestado en la tarde de ayer cuando intentaba incendiar su cabaña ubicada en un bosque en las cercanías de Castle Rock, en el estado de Maine. Curtiss fue sorprendido en actitud sospechosa por un guarda forestal que se encontraba en las inmediaciones. Se presume que su propósito era destruir una gran cantidad de documentación. Las autoridades han dicho que aún se desconoce la naturaleza de la información que reposa en los miles de folios que fueron encontrados en la cabaña. No obstante…


La madrugada del domingo, 6 de abril de 2014, fue bastante fría. Una tenue capa de nubes tapaba la luz de las estrellas. Quien observara la ciudad desde lejos vería cientos de humeantes puntos luminosos. Eran montañas de cuerpos que ardían como gigantescas fogatas. El olor a carne humana, putrefacta y carbonizada, se extendía por todas partes, inundando cada rincón con su pestilencia. El silencio era abrumador. No había perros que ladraran, ni gatos que maullaran. No había aves que alegraran con sus trinos esas tempranas horas de la mañana. La alegría había desaparecido de la faz de la Tierra.
El planeta se había convertido en una titánica fosa común.

Lauren le había dicho al resto del grupo que con dos personas bastaba para instalar la última tanda de explosivos, conectar el detonador y activar la carga. Pero todos habían insistido en ir a ver la devastadora conflagración que destruiría el Centro de Convenciones en su totalidad, junto con todos sus ocupantes. Así que eran las cuatro y media de la mañana cuando Lauren, Rubén y los demás, algunos con armas automáticas, otros con viejos revólveres calibre 38, partieron de un lugar en las cercanías del Edificio de la Gobernación. Su punto de destino estaba a menos de un kilómetro de allí.
Caminaban lentamente en pequeños grupos de dos o tres por las desoladas calles de la ciudad. Tardaron veinte minutos en llegar, y luego se fueron diseminando por los alrededores del Centro. A una señal de Lauren, Rubén se le acercó y juntos se dirigieron a un costado del edificio poblado de arbustos. Lauren se agachó y retiró unas ramas sueltas dejando al descubierto el extremo de dos cables.
—Saca la carga —ordenó ella.
Rubén descolgó su morral y extrajo cuidadosamente un paquete marrón, entregándoselo a Lauren. Esta lo puso en el suelo y lo desenvolvió. La carga de dinamita tenía dos cables a cada lado. Los estiró y entrelazó cada extremo con los que se hallaban bajo los arbustos. Acto seguido extrajo un gran rollo de cable. Insertó una de las puntas en la carga y empezó a retroceder desenrollándolo con rapidez. Rubén se quedó mirándola.
—¿Qué diablos esperas? —lo regañó ella.— ¡Corre!
Rubén le hizo caso de inmediato y empezó a correr a su lado, retrocediendo hasta ponerse los dos a cubierto a unos ciento cincuenta metros, tras el recodo de la esquina de un edificio cercano. Los demás integrantes del grupo se hallaban escondidos de la misma manera, a intervalos de cincuenta metros.
Lauren se arrodilló, sacó el detonador y le conectó el cable.
Observó a su alrededor. Todo seguía en calma. Sus compañeros seguían a buen resguardo. Miró a Rubén, que estaba detrás de ella, y asintió. Había llegado el momento. Poco importaban las tuberías de agua y las corrientes de luz y gas en el interior del edificio. Nadie más se vería afectado.
Sin la más mínima expresión en su rostro, Lauren accionó el detonador.

Como era de esperarse, la explosión fue monumental. En perfecta sincronía, las cargas explosivas fueron detonando simultáneamente en todo el perímetro del Centro de Convenciones. El edificio se desestabilizó en toda su estructura, pareció resistir un momento, y luego se desplomó con un ruido ensordecedor. El sonido de la destrucción resonó por unos minutos en varios kilómetros a la redonda.
El rostro de Lauren permaneció inmutable.
Pasados unos treinta minutos, cuando la gran nube de polvo se asentó un poco, hizo una señal al grupo más cercano y se pusieron en movimiento. Se reunieron todos en lo que hasta hace un rato era una de las entradas principales del edificio. Algunas de las paredes aún se tenían en pie y era posible movilizarse medianamente entre los escombros.
Sin mediar palabra, se dispersaron, también en pequeños grupos.
Pronto amanecería.
Lauren iba en compañía de Rubén. Entraron por un portón lateral que desembocaba en un pequeño salón. El techo estaba destruido y grandes bloques de cemento cubrían la mayor parte del suelo. Recorrieron el lugar, inspeccionando cada rincón. Después de unos minutos, salieron por una puerta ubicada en el otro extremo, que comunicaba con un salón más grande donde la devastación había sido aún peor. Todo el techo se había desplomado y resultaba muy difícil desplazarse. Aún así, pasado un rato de hurgar entre los escombros, encontraron el primer muerto bajo una pesada columna.
Era un niño rubio de unos siete años de edad. Vestía un jean muy gastado y una raída camiseta de un grupo de rock. Lauren se agachó a su lado, con Rubén tras ella. El niño estaba cubierto de sangre del pecho para abajo. Lauren le tomó el brazo y examinó su muñeca. No había pulso, por supuesto, pero aún se notaba cierta calidez. Luego, se llevó la mano del niño a su fría y violácea boca, y empezó a mordisquear distraídamente sus dedos, despacio al principio y luego con desagradable voracidad. En realidad, el niño no sabía mal.
Nada mal.




Publicado originalmente en Ka Tet Corp. por Calavera en Abril de 2010.

sábado, 25 de diciembre de 2010

Mi literario regalo de Navidad

Ya decía yo que mi amigo Tulio Fernández se mostraba muy sospechoso al pedirme mi dirección. De eso ya hace unas dos semanas. Me dijo tantas disculpas ese día, que al final no entendí ni una. XD

Pues bien, en la noche del jueves todo se aclaró: el gran Tulio me envió un regalo de Navidad. :) Estaba envuelto en papel de regalo con una nota que decía: “No abrir hasta el 24. Saludos, Breaker. Tulio.

Lo primero que pensé fue: “No abrir hasta el 24, mis polainas”. No obstante lo cual decidí hacerle caso y ver qué se siente tener un regalo sin abrir por casi 24 horas. XD Ayer a media tarde no pude más y la curiosidad me ganó. Eso sí, tenía unas sospechas bastante fundadas sobre el título en cuestión (pues no había duda de que era un libro), y acerté en mis suposiciones:




¡Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sabato! :D

Qué gran regalo y qué genial persona es Tulio. :)

Gracias, amigo. Nada como recibir un buen libro como regalo de Navidad.

:)

jueves, 23 de diciembre de 2010

Ozzy Osbourne en Colombia


Y bien, otro titán del Heavy Metal viene a Colombia en 2011. :)

Ozzy Osbourne, el viejo loco, el legendario vocalista de Black Sabbath y quien se consagró como padre del Heavy Metal tras su salida de la banda, visitará Colombia el 16 de abril 2011.

Bogotá formará parte de la gira suramericana en promoción de su décimo álbum en estudio, Scream, que también incluye fechas confirmadas en Buenos Aires, Santiago, Sao Paulo, Rio de Janeiro, entre otros. Ozzy llega a Colombia con su nueva banda, que incluye Gus G (Firewind, ex-Arch Enemy) remplazando a Zach Wylde, Tony Clufetos, quien recientemente remplazó a Mike Bordin, y, luego de numerosas giras como músico invitado, Adam Wakeman se encargará de los teclados como miembro oficial de la banda.

Desde su lanzamiento a mediados de Junio, Scream ha alcanzado el primer puesto en ventas de álbumes de Rock y Hard Rock en USA y el cuarto puesto en ventas en Canadá según Billboard. Ozzy lanzó un EP de seis temas por medio de la red Rockband al día siguiente del lanzamiento mundial de Scream y desde entonces se ha embarcado en una ambiciosa campaña en promoción de su álbum.


Debo confesar que no he escuchado el álbum y, de hecho, no he seguido de cerca las últimas composiciones de Ozzy. Siempre me gustaron mucho álbumes clásicos como Blizzard Of Ozz, Diary Of A Madman y No More Tears, pero tanta farándula con su reality y demás me cansó un poco. Como solista siempre preferí a Dio, no obstante lo cual desearía ir al concierto. Por supuesto que sí.

Pero, una vez más, el hecho de que se presente en la capital y que el precio de las boletas esté por las nubes, me hacen dudar mucho de que pueda asistir. :(

De todas formas, siempre se alegra uno al saber que una banda legendaria más ha decidido darse su periplo por estos lares.

¡Long Live Rock And Roll! ;)

Aquí está el video de uno de los temas principales del álbum:

sábado, 18 de diciembre de 2010

Judas Priest anuncia el fin de su carrera



Primero Scorpions y ahora Judas… :(

Tristísima noticia para los millones de fanáticos de una de los bandas más legendarias en la historia del heavy metal. Los británicos Judas Priest han anunciado su retiro tras más de cuarenta años de existencia. La banda ha anunciado a través de su página web que en el mes de junio de 2011 arrancará una gira denominada “Epitaph Tour” con la cual le darán el adiós definitivo a sus seguidores alrededor del mundo. :(

El último disco en estudio de los Priest fue “Nostradamus” (que en mi opinión no fue tan bueno y contundente como su predecesor “Angel Of Retribution”), publicado en 2008 y que en su gira promocional los trajo por vez primera a Colombia, concierto al que lastimosamente no pude asistir. Aparentemente los integrantes de Judas Priest no tienen intenciones de registrar un trabajo final y la gira sería el desenlace de su prolongada existencia. El vocalista Rob Halford recientemente visitó Suramérica presentado su nuevo disco en solitario “Made of Metal”, gira que infortunadamente pasó de largo por tierras colombianas.

Judas Priest ya han anunciado las primeras fechas de su última gira, las cuales están programadas dentro de los más prestigiosos festivales musicales europeos:

9 de junio: Sweden Rock Festival, Suecia
11 de junio: Sauna Festival, Finlandia
17 de junio: Copenhell Festival, Copenhague, Dinamarca
19 de junio: Hellfest, Nantes, Francia
22 de junio: Gods of Metal Festival, Milán, Italia
25 de junio: Graspop Festival, Bélgica
23 de julio: High Voltage Festival, Londres, Reino Unido
5 de agosto: Wacken Festival, Alemania 

Algunas fuentes dicen que no está confirmado su retiro total, pero, como suele decirse, cuando el río suena, piedras lleva. De momento espero que tan histórica gira incluya a nuestro país para despedir como es debido a estos héroes del acero.


jueves, 16 de diciembre de 2010

LA LIBRERÍA

Este relato fue publicado originalmente el 11 de noviembre de 2009 en Ka Tet Corp., y me siento muy orgulloso de él porque fue mi primer relato. Antes de ello sólo había escrito un micro relato, que publiqué hace poco en el blog, titulado NADIE, y una novela larga (mi primera incursión en el mundo de las letras) que empecé hace ya varios años y que se encuentra algo estancada.

El origen del relato en sí es curioso, en mi opinión. Se me ocurrió de repente un día en el que me desperté a las 3:30 de la madrugada. (Parece ser que las tres de la mañana es una hora llena de misterios.) Estuve casi una hora despierto, creando el relato, al final de la cual ya tenía incluso el final en mente. Al día siguiente empecé a escribirlo y me fluyó con rapidez, cosa que no todas las veces me sucede.

Ahora, poco más de un año después, he realizado algo que tenía pendiente hace varios meses: una nueva revisión. Guardaba una copia del relato original que había sido corregida por un amigo que conocí en el trabajo, el poeta y escritor Hernando García Mejía (una amistad muy valiosa, en realidad). Esta semana por fin pude sacar el tiempo para añadir más notas y rayones a los que Hernando le había hecho a la copia. Así que ahora, un año después, repito, mi primer relato ha sido exhaustivamente revisado y corregido de nuevo.

Viéndolo bien, podríamos estar hablando de una ¡¡¡Edición Revisada de Aniversario!!! :D

Espero que le den una oportunidad y lo lean. Les prometo que se divertirán un rato, o me dejo de llamar Calavera. ;)

Sin más, los dejo con...



LA LIBRERÍA





1

El Centro Comercial del Libro y la Cultura se hallaba atestado de gente, y los consabidos regateos entre clientes y vendedores por el precio de los libros inundaban el ambiente. Felipe Vélez se abrió paso entre la apretujada multitud en busca de un local mediamente desocupado. Pero para su sorpresa, ese día todos parecían exceder el límite normal de personas esperando ser atendidas.
El pequeño centro comercial constaba de un ancho portón de entrada de unos veinte metros de ancho, por el cual se abrían cinco pasillos, con estrechos locales a cada lado, que desembocaban a su vez en un pasillo perpendicular que los unía a todos. Nada del otro mundo. No obstante, era el lugar idóneo para conseguir toda clase de libros: nuevos y usados; literatura y libros escolares; desde verdaderas joyas hasta libros piratas. Era la primera vez que visitaba el lugar, a pesar de que cualquier ciudadano ligeramente entendido lo conocía. Pero Felipe era un poco corto de entendederas, o por lo menos eso solía decir su madre.
Se quedó en medio de uno de los pasillos mirando impotente a su alrededor, sin saber qué dirección tomar. Decidió dar una vuelta y echar un vistazo. Tal vez encontrara un local menos concurrido, porque los demás eran una locura.


2

Esa mañana, su esposa más que pedido, le había ordenado que le buscara un libro a su hija en el centro de la ciudad. Descubriendo las Matemáticas, 6º grado, rezaba el pequeño papel garabateado que Felipe apretaba en su mano como si de un talismán se tratase. Una tarea sencilla, pensó él; y cuando al mediodía se tomó un descanso para almorzar, aprovechó el tiempo y fue a comprarlo en el almacén de cadena más cercano. Resultó que los precios de los libros escolares estaban por las nubes, y ellos no se encontraban en la abundancia precisamente. Viendo su cara de pesadumbre, la joven que lo atendió le aconsejó darse un paseo por las librerías de segunda mano.
—Tal vez lo encuentre allí a menos de mitad de precio —le dijo en un susurro confidencial mientras le giñaba un ojo—. Queda en el Pasaje de la Bastilla, a menos de tres cuadras de aquí.
Felipe le agradeció con una sonrisa y se encaminó rápidamente hacia el sitio indicado. 


3

Era ya más de la una de la tarde y Felipe seguía sin obtener ningún resultado. El centro comercial era un caos. Las clases ya habían iniciado y muchos padres afanados seguían intentando abastecer a sus hijos de los libros escolares, al mejor precio posible. Todos pasaban a su lado sin determinarlo, inmersos en sus asuntos.
Se hallaba ahora al final de pasillo del extremo izquierdo, tomando como referencia la entrada del pasaje, luego de haber zigzagueado por todo el lugar. Su madre tenía una frase para estos casos; ella solía decir: “aquí no hay arrimadero”. Así que algo desanimado decidió volver al día siguiente, con más tiempo, aunque su esposa lo zarandeara a placer esa noche.
Fue entonces cuando reparó en un local al otro extremo de ese pasillo, enclavado en la esquina entre el final del primero de la derecha y el perpendicular en el que se hallaba. Estaba algo oscuro y sin clientes. Parecía como agazapado a la espera de alguien. Felipe hubiera jurado que había pasado por allí sin ver más que locales llenos de personas vociferantes. No obstante, esbozando una sonrisa, se dirigió hacia allí rápidamente; no quería que nadie le quitara el turno.
El lugar estaba desierto, excepto por la gran cantidad de libros arrumados, de apariencia antigua la mayoría de ellos. Felipe se quedó alelado observando en todas direcciones con cierta desazón. Había de todo allí, menos libros escolares para pequeñas estudiantes hiperactivas. Estaba a punto de irse cuando una voz firme y cordial surgió de las profundidades del local:
—Tenga usted muy buenas tardes, caballero.
Felipe se sobresaltó, dando un brinco hacia atrás. Habría apostado cualquier cosa a que nadie que se pudiera encontrar dentro lo había visto. Antes de poder contestar siquiera, un hombre de avanzada edad y considerable estatura, ataviado con un abrigo negro y sombrero de fieltro, emergió del fondo de la librería. Lo miraba cortésmente con una sonrisa en los carnosos labios.
—Bu… buenas tardes —logró pronunciar Felipe.
—¿En qué le puedo colaborar? —dijo el hombre—. Le aseguro que tengo lo que busca.
—Bueno, en realidad —dijo Felipe echando otra mirada a los volúmenes que se amontonaban por doquier—, estaba por irme. Creo que no tiene lo que busco. Muchas gracias de todos modos.
—Pero un libro de matemáticas para su querida hija no es lo que usted busca, de eso estoy completamente seguro. Es lo que ella necesita y lo que su esposa le ha ordenado, pero a buen seguro no es lo que usted busca.
Felipe abrió la boca para decir algo, pero notó que la tenía seca. Muy seca. Echó una mirada a su alrededor, invadido de una sensación de irrealidad, pero todo seguía normal. Excepto por el hecho de que ahora no era únicamente él quien pasaba inadvertido. Todos pasaban a su lado sin dedicar siquiera una mirada distraída en esa dirección. Qué extraño, pensó.
—¿Cómo lo supo? —preguntó.
—No lo supe. Deduje, por el arrugado papel que lleva en la mano, que busca algún encargo. El resto lo imaginé —dijo el hombre, haciendo un gesto con la mano como quitándole importancia al asunto.
—Bueno, será mejor que me vaya o llegaré tarde al trabajo.
—Pero, un momento —atajó el hombre—. No querrá irse sin el libro que anda buscando, señor…
—Vélez. Felipe Vélez.
—Mucho gusto, señor Vélez —dijo el hombre extendiéndole la mano—. Mi nombre es Ismael del Hazred.
—El gusto es mío —dijo Felipe por cortesía estrechándole la mano—. ¿Es usted extranjero, señor…?
—Del Hazred. Ismael del Hazred —repitió—, y no, no soy extranjero. Pero mi familia sí lo era. Mis abuelos vinieron de España a finales del siglo XIX.
—Pero Del Harzed…
—Hazred. Sé que es un poco difícil de pronunciar.
—Del Hazzz-Rrred… Disculpe. Ese apellido no parece español, aunque no es que yo sepa mucho de…
—Pero tiene toda la razón. Es un apellido árabe. Mis antepasados eran de ascendencia árabe.
—¡Vaya! —exclamó Felipe con sorpresa, pensando que el hombre parecía muy fuera de lugar, con su sombrero y su abrigo en un día tan caluroso. Claro que, ahora que lo pensaba, aquella librería parecía bastante fría y oscura en comparación con las demás—. ¿Y qué lo trajo por estos lares?
—En realidad, señor Vélez, eso habría que preguntárselo a mis abuelos paternos —respondió Ismael con una sonrisa condescendiente—. Pero eso no es lo que nos importa ahora. Lo que nos importa es lo que usted busca, señor Vélez.
—Bueno, como le dije, creo que me equivoqué de librería. Buscaba un libro de matemáticas para mi hija —dijo, repasando nuevamente el papel que llevaba en la mano—, y este lugar está hecho un caos y ya se me hace tarde.
—Como yo también le he dicho, eso no es lo que usted busca. Estoy seguro. ¿Qué tal si echa un vistazo? Sin compromiso.
Felipe lo observó de nuevo, esta vez más detenidamente. Era un hombre de unos setenta años bien llevados, pero su mirada parecía tener más de cien. Lo embargó la sensación de haberlo visto en alguna parte. Desvió la vista hacia los centenares de libros que poblaban el lugar, como un tupido bosque de gran antigüedad, y su mirada se posó en el lomo de un libro de poco grosor, embutido entre dos mamotretos desvencijados.
—Ése —exclamó, y su voz sonó algo extraña, incluso a sus propios oídos.
Ismael le dedicó una sonrisa ladina y estiró lentamente la mano, sin dejar de mirarlo; cogió el libro y se lo extendió con aire ceremonioso. Más tarde, Felipe pensaría que no podía haber sabido dónde estaba, pues en ese momento le daba la espalda al libro.
Lo cogió con delicadeza, como si se tratase de un valioso tesoro.
Era un viejo ejemplar de Legión, de William Peter Blatty. Mientras estaba en la secundaria había leído otro libro del mismo autor, El Exorcista, y lo había fascinado por completo. Años después se había enterado de que existía una secuela, pero sus intentos por conseguirlo en librerías y bibliotecas habían sido infructuosos.
En ese momento lo miraba fascinado. Era un volumen en tapa dura con una raída sobrecubierta que reproducía unos ojos malvados observando desde la oscuridad, iluminados tan sólo por una vela casi agotada. Lo giró en sus manos, observándolo desde todos los ángulos. Increíble, pensó.
—¿Cuánto…? —empezó a preguntar con gesto ansioso, pero recordó de repente que su presupuesto era casi inexistente, sin contar con el hecho de que aún debía comprar el libro de su hija. Su semblante cambió entonces por una expresión que denotaba un profundo desánimo—. Lo siento, acabo de recordar que no tengo dinero para comprarlo; aún no he conseguido el libro de mi hija y si no lo llevo esta noche mi esposa me mata. Literalmente.
Ismael seguía mirándolo con esa extraña sonrisa. Le dijo:
—Eso no es ningún inconveniente. Tenía lo que buscaba. Se lo dije, ¿no?
—Sí, es cierto —respondió Felipe mirando otra vez el libro con pesadumbre—. Busqué Legión por años.
—Entonces, señor Vélez, haremos un trato. Tengo un viejo libro que ha pertenecido a mi familia por siglos, pero muy pocos se animan ya a leerlo. Digamos que a lo mejor los buenos lectores, como supongo lo es usted, escasean en estos tiempos donde la tecnología parece poner todo al alcance de la mano. Tengo la intención de hacer una…, digamos…, pequeña reedición. Así que, sencillamente, sería un placer para mí que usted me regalase su valiosa opinión sobre el volumen en cuestión.
—Lo haría con gusto, pero de todas maneras sigo sin entender cuál es el trato.
—Es muy simple. Usted me da su opinión, y lo que llevaba buscando por tantos años será suyo.
—¿Habla usted en serio?
—Claro que sí, señor Vélez; muy en serio —y efectivamente el rostro de Ismael se tornó bastante grave.
—Bueno, no sé qué decirle —murmuró Felipe, a quien el trato le parecía algo raro. No obstante, el hombre tenía razón: era un trato simple—. Supongo que no hay problema.
—Me alegra escuchar eso —dijo Ismael, sonriendo de nuevo—. Esto es lo que haremos: usted se llevará mi libro, después de regalarme una pequeña firma de rutina, lo leerá y luego me contará cómo le pareció.
—Bueno —repitió Felipe—, no veo por qué no habría de hacerlo. O sea que eso es todo lo que tengo que hacer a cambio de Legión.
—Exacto —asintió Ismael.
—¿Y de qué libro se trata?
Ismael le dedicó de nuevo aquella ladina sonrisa que lo ponía un poco nervioso. Acto seguido, se agachó y hurgó en la parte inferior del mostrador. Luego, se incorporó de nuevo. En sus manos sostenía una pequeña caja de madera lustrada, grabada con unos extraños caracteres. La abrió sobre la mesilla. Su interior se dividía en tres compartimentos, que guardaban una estilizada pluma, un recipiente de tinta negra y una vieja libreta forrada en cuero.
El hombre sacó la libreta con delicadeza, pasó las hojas hasta encontrar un punto en especial, por el cual la abrió, y la puso ante Felipe, quien no entendía muy bien lo de la firma. Observó las firmas garabateadas en la libreta, junto a cada una de las cuales había una fecha, escrita al parecer por Ismael. Pasó el dedo por la cubierta de cuero marrón. Era una textura diferente a las que conocía y un extraño pensamiento cruzó por su mente. Parece piel. Humana. Qué idea estúpida, pensó a continuación. ¿De dónde había sacado eso?
—Señor Vélez —dijo Ismael, sacándolo de sus pensamientos. Había extraído y humedecido ya la pluma en el recipiente de tinta, y la extendía hacia él. Felipe la tomó y plasmó su firma de letra diminuta en la hoja correspondiente. Hecho esto, reparó en un detalle que le produjo un nudo en la garganta.
Los apellidos de los nombres que precedían el suyo parecían guardar cierto orden. Felipe era bueno para entender formas de escritura diferentes a la suya. Trabajaba en una entidad bancaria, por lo que estaba acostumbrado a ver desde garabatos incomprensibles hasta estilizadas firmas. La anterior a la suya era de un tal Estaban Valencia. Luego, hacia atrás, estaban Raúl Antonio Uribe, Hernando José Urán, Calvin Torre, Víctor Tejada, y en la parte de arriba de la página el firmante era, o había sido, Elkin Salazar.
Felipe se negó de plano a la idea. Era sólo una coincidencia, se dijo. Pero los apellidos, sin lugar a dudas, por lo menos los que alcanzó a ver, estaban en orden alfabético: S, T, U, V. Demasiada coincidencia. Pero de todas formas, ¿qué importancia tenía eso? Se imaginaba que era una especie de control de préstamo o algo así. Nada más.
—¿Pasa algo, señor Vélez?
—Eh… No, no pasa nada. Es sólo que no quiero llegar tarde al trabajo.
—Tiene usted toda la razón, señor Vélez. Deme tan sólo un minuto.
Rápidamente Ismael guardó la libreta, la pluma y la tinta en el interior de la caja. La depositó en algún punto bajo el mostrador y se perdió en las profundidades del local. Felipe notó que no había escrito la fecha al lado de su firma. Supuso que eso vendría después.
Pasado un momento se asomó por encima del mostrador, mirando a su izquierda, hacia el fondo de la pequeña librería. Qué raro, pensó, todos los locales parecen ser bastante pequeños, incluso éste. ¿Adónde se habrá ido?
Esperó unos cinco minutos, y ya empezaba a impacientarse, cuando le llegó el sonido de una pesada puerta al cerrarse. Un instante después apareció Ismael, como surgido de la nada, con un voluminoso y antiguo libro en sus manos. Se plantó frente a él y le dijo:
—Tómese su tiempo. No quiero que se forme una opinión apresurada. Me interesa que lo lea concienzudamente y me diga qué impresión le ha causado.
Acto seguido depositó el libro sobre el mostrador, mientras iba a buscar algo con qué empacarlo. Felipe lo observó con cautela. Estaba encuadernado en un desgastado cuero negro y tenía unas letras doradas casi borradas en la pasta. Parecía llevar sólo dos palabras cortas por título; la primera de apenas dos letras, de las cuales se veía la segunda: una ele. La otra palabra era de cuatro letras. Se alcanzaba a vislumbrar una zeta y una efe al final. Del resto Felipe supuso que se trataba de vocales. Vaya nombre extraño, pensó.
En ese momento reapareció Ismael con una bolsa negra plástica de colgaderas, y sin darle tiempo de pensar más, introdujo el libro en ella. La bolsa lucía graciosamente absurda en comparación con su contenido. Ismael lo miró con aire importante, le dedicó una de sus misteriosas sonrisas y le entregó la bolsa diciendo:
—Señor Vélez, ha sido un placer hacer negocios con usted. Le prometo que no se arrepentirá.
—Claro —dijo Felipe, preguntándose qué razones habría para arrepentirse. Era una advertencia innecesaria—. Bueno…
—Sí, ya sé, no quiere llegar tarde al trabajo, y no queremos que su jefe se enoje con usted y le haga pasar un mal rato. Ha sido muy amable, señor Vélez. Que tenga un buen día. Ahora tiene usted las puertas abiertas —dijo por último Ismael Del Hazred estrechándole la mano.
—Gracias —dijo Felipe, imaginando que con lo de las puertas abiertas se refería a las puertas de la librería. Hizo un ademán de despedida y partió rápidamente.


4

Estaba ya a una cuadra del pasaje comercial cuando le dedicó una mirada distraída a la bolsa negra que llevaba en la mano. En uno de los costados había un estampado con un logotipo que decía simplemente “Librería”. Debajo había un dibujo de unos ojos tenuemente iluminados por una vela casi consumida. Felipe sintió un nudo en el estómago y frenó en seco, presa de una inquietante sensación de premonición. No sabía por qué, pero en su mente le rondaba la idea de que algo iba mal. En ese momento se le ocurrió que su mujer lo mataría si llegaba a la casa con un viejo libro con el título borrado en lugar del texto escolar de su hija. ¿Y ahora qué hago?, pensó.
Dio medio vuelta y se dirigió a paso ligero hacia el Centro Comercial del Libro y la Cultura. Todo seguía igual. Se abrió camino por el primer pasillo entre la apretada y todavía vociferante multitud. Llegó a la esquina donde se ubicaba el local de Ismael. El nudo que tenía en el estómago se trasladó ahora a su garganta.
La librería había desaparecido.


5

El resto de la tarde Felipe estuvo con la mente trastornada. Llegó diez minutos tarde, y su jefe ya se disponía a regañarlo, cuando algo en su expresión lo hizo cambiar de opinión. En lugar de amonestarlo, le encargó una tarea, calificándola de máxima urgencia. Felipe asintió sin modular palabra.
Esa noche llegó a casa algo cabizbajo. Su esposa le dedicó un seco saludo y sin darle tiempo a pronunciar disculpa alguna por no haber podido comprar el libro, le arrebató la bolsa de las manos.
Inspeccionó su interior y sacó un libro rojo con un galimatías de números en la portada. Descubriendo las Matemáticas, 6º grado, rezaba el título del libro. Felipe lo miró perplejo. No recordaba haberlo comprado. Claro que lo de esa tarde había sido una completa locura. Quizá lo había conseguido después de todo al volver por segunda vez al centro comercial.
Le restó importancia al asunto. Le había traído el libro a su hija, y eso era lo único que importaba.
Se sentía anormalmente exhausto; sólo quería darse una ducha y acostarse a dormir, tal vez después de darle un vistazo al susodicho libro.
—Gracias, amor —le dijo su esposa, sorprendiéndolo al darle un beso en la mejilla. No era su costumbre. Nunca había sido muy expresiva con él, y desde hacía unos años muchísimo menos—. ¿Sabes que te quiero, cierto?
—Sí, lo sé —respondió Felipe tímidamente—, yo también te quiero.
—Toma —dijo ella, entregándole la bolsa—. ¿Qué has comprado? Sabes que no estamos en situación de darnos gustos personales.
—Eh… No, no es mío, el libro es de un amigo —mintió.
—Bueno, después me cuentas de qué trata —mintió ella a su vez, a quien no le importaba en absoluto los gustos de su marido—. La comida está servida.
—Está bien —respondió—, gracias.
Pero, a decir verdad, había perdido el apetito.



6

Se dio una ducha de agua tibia que le relajó el cuerpo y la mente. Se sintió renovado, pero el apetito no apareció. Así que se dirigió a la sala de estar y se sentó en su sillón favorito con el libro propiedad de Ismael del Hazred en sus manos. Su esposa estaba viendo televisión con su hija en la habitación de ésta. Así que algo sosegado por el genio en calma de su esposa, Felipe se dispuso a echarle una ojeada al dichoso libro.
Prendió la pequeña lámpara de la mesilla de noche que se encontraba al lado del sillón y sacó finalmente el volumen de la bolsa. En ese momento lo notó algo más pesado. Reacio, pensó él distraído. Lo depositó sobre sus piernas y analizó una vez más la portada. Pasó sus dedos con suavidad por las letras borradas, tratando de dilucidar el título. Al igual que la vieja libreta donde había depositado su nombre, este también tenía una extraña textura. Parecía cuero, pero a la vez no. Sentía cierta energía extraña que emanaba del libro en lentas oleadas, como si estuviera vivo. Qué estupidez, se reprendió, no es más que un viejo libro de pasta raída. El Ezif, parecía decir el título. El Ozif, Al Azif, o algo por el estilo. En todo caso era un nombre desconocido para Felipe, que sin dedicarle más atención lo abrió, esperando que en el interior se repitiera el nombre.
No era así. En la primera página había un extraño grabado que representaba un espeso bosque en tinieblas lleno de numerosos destellos provenientes del interior de las ramas. Por sobre las copas de los árboles se distinguía lo que parecía ser un eclipse de sol. Pasó la página, y entonces quedó desconcertado. Lo que venía a continuación estaba escrito en un lenguaje completamente desconocido, con caracteres no del todo latinos. Le pareció que estaba escrito en latín, pero con acentos típicos de la escritura árabe. ¿Para qué demonios me pidió Ismael que lo leyera si ni siquiera entiendo una sola palabra?, fue lo primero que pensó.
Empezó a recorrer las hojas rápidamente. El libro estaba lleno de apretujados párrafos de esa singular escritura, rodeados de grotescos dibujos de toda clase. Ese ejemplar, calculó, bien podía tener más de mil años. Las hojas eran gruesas y amarillentas, y despedían un olor que daba la sensación de que hubiera pasado por cientos de manos y lugares.
De repente, Felipe cerró el libro con brusquedad.


7

Se quedó mirando el techo estúpidamente con la cabeza ladeada y cierta somnolencia. Se sentía algo raro, como si no fuera él. Por su mente pasaban imágenes difusas de lejanos territorios y oscuros paisajes de pesadilla. Esbozó una nerviosa sonrisa y abrió de nuevo el libro. Buscó una página en especial, la encontró y empezó a leer, murmurando incoherentemente por lo bajo. Leía con cierto ímpetu e iba pasando las páginas cada vez más rápido, presa de una euforia inquietante. Por momentos emitía una risa gutural entre los murmullos cada vez más ininteligibles.
Pasaron por lo menos veinte, casi treinta minutos, en ese estado delirante. Empezó a correrle un sudor frío por las sienes y su cuerpo temblaba ligeramente. Luego, su lectura fue perdiendo velocidad. En un momento dado paró, cerró el libro, esta vez casi con delicadeza, y lo depositó sobre sus piernas. Tenía la mirada perdida y sus labios seguían moviéndose un poco. Estaba pálido y ojeroso, y su piel había adquirido un aspecto como de vacuidad. Entonces cerró los ojos, sus brazos cayeron, laxos, y su cabeza se dobló sobre su pecho.
Se había desmayado.


8

Emitían un viejo capítulo de Los Simpsons, por lo que Lauren, su hija, se encontraba embelesada y riendo alegremente con las diabluras de Bart y las estupideces de Homero. Por lo tanto, cuando se produjo un potente resplandor proveniente de la sala de estar, ella ni se inmutó. No obstante, su madre, que cabeceaba viendo los dibujos animados, se espabiló de inmediato y miró en dirección a la sala a través de la puerta abierta de la habitación. Todo había sido muy rápido, pero ella todavía creía distinguir cierta luminosidad que se iba apagando lentamente.
Se incorporó y se dirigió adonde su marido había estado leyendo ese raro libro. Felipe tenía un aspecto más distraído de lo habitual, pero a ella no le había extrañado. Al igual que su suegra, siempre había pensado era algo lelo.
Entró despacio a la habitación, observando con cautela, sin saber con exactitud por qué lo hacía. La sala estaba más caldeada de lo normal, pero al igual que el insólito esplendor, parecía enfriarse gradualmente. Todo lucía normal, en su sitio. Incluso la lámpara ubicada en la mesilla de noche seguía prendida. Pero su esposo no se veía por ningún lado. Le dio la vuelta al sillón y miró desconcertada. No era ese el libro que llevaba en la bolsa, pensó.
Sobre el asiento del sillón descansaba un volumen de tapa dura con una raída sobrecubierta que reproducía unos ojos malvados observando desde la oscuridad, iluminados tan sólo por una vela casi agotada. Era un viejo ejemplar de Legión, de William Peter Blatty.




Publicado originalmente en Ka Tet Corp. por Calavera en Noviembre de 2009.
Edición revisada publicada originalmente por Calavera en Diciembre de 2010.
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